ALEJANDRO TOLEDANO
Fugacidad.
Vertiginosamente y a trompicones, descendí las escaleras del Postigo. Viré mi semblante hacia aquellas persistentes sirenas luminosas que no evocaban más que falsedad y distorsión de una realidad, en la que ya nadie más luchaba por su propia libertad.
Poseía la poesía en demasía, pues las llagas de las llamaradas, se hallaban entre los resquebrajados retales del esbozo de aquel pozo sin fondo que conformaba mi mente.
A pesar de que todos habían perdido la esperanza, yo recorría los edificios colindantes de la Judería incesantemente. No quería ni podía convencerme de que yo era la única persona a la que el sistema no había manipulado; y por ello me buscaban.
Abrupta y abrumadora la bravura de mi brevedad, quise ser grande gritando que aún había esperanza por lo que luchar. Pero los forcejeos contra el sedante de aquel agente me demostraron lo contrario. Ahora todo estaba perdido.
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