20 de mayo de 2013

Narraciones "extraordinarias"



Se reproducen a continuación dos relatos basados en esquemas de la narrativa norteamericana de los siglos XIX-XX. El primero, obra de Julia, con el que ganó el Premio Emiliano BArral-2013, sigue el esquema del cuento de terror, en reconocimiento del maestro E. Allan Poe. El segundo, de Aitor, incluye un esquema de narrador testigo y una ambientación más próxima a los de la Generación Perdida.
 
JULIA CONCEPCIÓN: 
LA MENTE DIVIDIDA
Homenaje a Edgar Allan Poe.


Paréceme mentira que, tras tantos logros y glorias que son de mi merecimiento, aquí me halle, corriendo como un cobarde. Confundo el sentir de mi corazón acelerado con las arcadas que cruelmente se abren paso por mi lastimada garganta. Tantos gritos, para que nadie los oiga...
Veo como primer menester explicaros el motivo de mi desafortunado destino, pues si yo ahora os contara sin dilación la situación en que me encuentro, no dudo de que una sonrisa de desprecio se trazaría en vuestros labios, y de las sonrisas de desprecio, créanme, ya estoy bastante harto.
Y como he dicho, para que os sea posible comprenderme y entender esta, mi magnífica historia, y no tomarme por loco cualquiera, pues cualquier cuerdo envidiaría la cordura de que dispongo, empezaré por el principio...
Nací del vientre de la mujer más bella que vuestros ojos jamás tuvieron el placer de contemplar; de esas mujeres que saben ser a su vez recatadas y atrayentes, sutiles y llamativas, de esos tesoros del género opuesto que conocen y manejan a la perfección las debilidades de los hombres, y siendo conscientes y partícipes de su maestría, se hacen objeto de ellas. Mi madre trabajaba en el teatro más prestigioso de Nueva York, y allí, en un piso de la calle cercana al fabuloso local – que las gentes del momento visitaban, al menos, aquellas que entendieren correctamente los requisitos para el éxito social – fue donde me dio a luz y donde yo me crié toda mi vida.
Mi padre era un humilde dramaturgo de talento tan pequeño y tan escaso como su sentido común. Su única dote poseedora de la importancia de mencionarla y merecedora de que las vuestras, cansadas pupilas, la recorran por encima, era la sensibilidad, nada más y nada menos, e incluso esta pequeña dote suya era motivo de burlas entre los círculos del verdadero refinamiento, el verdadero temple y la verdadera elegancia. Porque díganme ustedes qué excusa se mantiene ante las lágrimas mudas de un hombre melancólico, si es que éste ha cometido la desfachatez de llorar en público.
El contexto en el cual mis padres se enamoraron, si es que así lo hicieron, carece de importancia: En primer lugar, porque mi persona no es protagonista de tal historia, en segundo lugar, porque mi pobre madre murió cuando yo contaba con tres primaveras, y nunca fui testigo de las señales de esta aventura romántica.
Mi padre me crió como buenamente podía, que no era mucho, dado su humilde salario de actor de tercera. Afortunadamente, heredé la belleza, la creatividad y la inteligencia de mi madre... Y por desgracia, la sensibilidad del imbécil de mi padre.
Mis cercanos siempre fueron sinceros conmigo; o al menos así me lo parece, ya que soy nefasto a la hora de identificar las mentiras y las falsedades, tanto es así, que hasta las muestras más descaradas de hipocresía me son ocultas, invisibles como las noches de luna nueva; y debido a sus palabras y concienzudas advertencias, soy consciente de que soy demasiado agraciado, demasiado gentil y demasiado brillante. Prueba de ello son los numerosos calvarios a los que en el colegio fui sometido, desde una edad muy temprana, cuando el jugo de mi cerebro era aún una esponja...
Madre mía, aún enrojezco al recordar tales humillaciones, tales insultos... ¡Cuántas fueron las burlas que me profesaron, y cuántas las que yo aguanté! Espero que comprendan ustedes, pues así les creo de justos y sagaces, que por mucho que se estire la paciencia, ésta no es interminable. Siendo de esto conscientes, no es de extrañar que mi maltratada mente un día no pudiera más, y a la edad de catorce años, golpeara yo a uno de mis más antiguos enemigos. No me arrepiento de una sola de las patadas, ni de las costillas que le rompí. El zascandil en cuestión fue ingresado y trasladado de internado y nunca más volvió a molestarme.
Nunca me fue agradable excesivamente la compañía ajena, mi padre acostumbraba a acusarme de ser un joven raro e introvertido por ello, pero es de mi conocimiento el hecho y el dicho que todos ustedes conocen de “mejor solo que mal acompañado”, y como buen hombre que soy, yo siempre cumplo mis principios. A la edad de quince años, sin embargo, en el internado de mi infierno, una tarde en que me hallaba castigado en una de las aulas, cometí un acto que hizo disparar las alarmas sobre mi persona y propició aún más las represalias del imbécil de mi padre. El motivo de aquello fue que, aquel día, harto y cansado de la rutina, y viendo por la ventana a las personas que tantas veces habíanme hecho desprecios, y por tantos años, en vez de ofrecerme el compañerismo que debieron mostrar, en fin, se me ocurrió lanzarles mi almuerzo desde el piso, cartera incluida, con la intención de atinarles en el seso, y suplir con ello mis deseos de venganza y mi furia contenida por aquel injusto castigo. El lanzamiento erró su objetivo – por desgracia, ya que a aquella altura podría haberles provocado una buena herida – y yo fui expulsado definitivamente.
El imbécil de mi padre decidió por aquel entonces visitar a un psiquiatra – por si ustedes no conocen la palabra, se trata de uno de esos ineptos oficios en que un hombre con bata trata de adivinar sus pensamientos – cuyo veredicto no fue relevante, y si así lo hubiese sido, no se merecería otra cosa tal que mi indiferencia, dado que no hay nadie mejor que uno mismo para conocerse y juzgarse. Lo único que se atrevió a decir aquel inútil fue que yo podía ser uno de aquellos graves y no demasiado escasos casos de algo cuyo nombre no recuerdo, pero que significaba “mente dividida”. Puestos esta atención y este control sobre mi persona, agobiáronme, y mi brillante e inteligente mente, que nunca me falla, respondió con una alerta aún mayor, si cabe, a la que antes ponía hacia los comentarios que las compañías susurraban en mi presencia y hacia las miradas que me dirigían. Me tomaban por loco. Tal era la angustia y la intranquilidad, que empezó a parecerme que los ruidos agudos eran más fuertes que los graves, que el color rojo comenzaba a elevarse sobre los demás colores y a brillar mucho más que ellos... Era la señal de las risas contra mí y de las heridas que ansiaban proferirme, respectivamente. Todos querían hacerme daño, encerrarme en un manicomio, para desquitarse de mí. Me envidiaban. Envidiaban mi sensibilidad, mi inteligencia y mi belleza. Tanto era así, que, años después, cuando no había aparecido señal nueva alguna de locura, puesto que no había locura, no dudaron en empezar a seguirme por la calle, a vigilarme mientras dormía – y por eso yo escondía un cuchillo bajo la almohada y me tendía aferrado a él, y por eso sobreviví – y a extender rumores sobre mi purísima persona, de tal modo que no podía poner yo pie en un parque sin que todos los que allí vagasen se volvieran y, con infinito desprecio, murmuraran.
Solo podía soportar mi existencia en tal situación, como ustedes mismos comprenderán, con mi única presencia como compañía, y por ello, comencé a hablar conmigo mismo, al principio en voz alta, más tarde, solo en mi mente, temeroso de que alguien pegara el oído a la puerta y espiara. Pero pronto me cansé de hablar yo solo, así soy de exigente y perfeccionista, y decidí hablar conmigo mismo varias veces al mismo tiempo. Mi preferido era el diálogo de voces entre la mujer y el hombre de tono agudo, porque siempre discutían entre ellas, y yo las escuchaba y me reía en silencio, pensando en lo necias que eran las voces de mi cabeza. A veces no callaban ni para dejarme dormir, porque habían dejado algún asunto a medio terminar, y yo esperaba pacientemente...
  • El gato muere, el gato muere de peste, el gato, pintar al óleo...
  • Tienes que gritar, grita, sombra, esquina...
El imbécil de mi padre no quiso volver a meterme en colegio alguno, y muchos fueron los días en que no era de mi menester otro asunto que las necesidades naturales del hombre, si bien yo hallaba muchas razones para mi divertimento. Sucediéronse más visitas de aquellos profesionales con bata, ya que ante la ausencia de mal en mis sesos, mayor eran los esfuerzos que se hacían para encontrarlo. Porque, claro está, lo que no es, no puede buscarse. Pero esta norma básica no la alcanzaban las aptitudes de mi padre, y así pasaba yo la rutina. Numerosas tardes fueron en las que mi única actividad era sentarme y mirar a la pared. Como con las voces, pronto mi inteligente mente comenzó a crearme compañía, y así se me aparecían viandantes, recreaciones de gente que había visto yo vagar cuando aún me estar permitido salir a la calle. Claro, que yo soy educado, y no podía evitar levantarme y ofrecerles otra silla gentilmente, y atender a su conversación y responder, y contarles mis asuntos. Ante esto, mi padre volvió a alarmarse, claro que no comprendía que yo era consciente de que todo aquello era pura fantasía...
Lo que no se trataba de pura fantasía fueron los intentos de agredir a mi persona. Si bien por aquel entonces seguía durmiendo aferrado a mi daga, como si con ella aferrara la escasa seguridad que aún me aguardaba en aquella prisión, esto dejó de bastar, ya que muchas veces mi padre contrató, pagando con sucio dinero, a asesinos que se encargaran de lidiar de una vez por todas con el estorbo que era yo, y puesto que era imposible relacionar desvarío alguno con mi brillante pensamiento, una excusa para enviarme lejos, decidieron enviarme nada más y nada menos que al otro mundo. Ante esto, yo no me dejé engañar, y una a una fui esquivando las mentiras que atentaban contra mi existencia. Y es que los veía escondidos detrás de las cortinas, descalzos, seguramente para no emitir sonido que mis sentidos fueran capaces de captar, con la sangre reseca entre sus dedos apretados, prueba de otros homicidios, y yo seguía sus pasos con la mirada atenta y las pupilas fijas en sus ennegrecidas uñas, sin perderlos un segundo de vista, hasta que el sol caía y yo me retiraba a mi cuarto y a mi daga.
Llegó el día en que por última vez recibí las visitas. Aconteció que en esta ocasión el hombre con bata portaba un maletín de cuero, y venía con un acompañante, y entre ambos y sin misericordia humana alguna, trataron de embutirme una de esas pesadas camisas blancas llenas de correas y de nudos. Como ustedes comprenderán, alarmado por la situación, que se me antojaba peor que el que me enterraran vivo, o me quemaran, o me metieran en un agujero lleno de hormigas carnívoras, lloriqueé, pataleé, chillé, y finalmente golpeé a uno de los hombres, que cayó al suelo con la nariz donde solo debería hallarse la frente. Presuroso, su acompañante corrió en su socorro, y yo aproveché y escapé.

Y aquí me hallo, señores, ya es medianoche, y sigo corriendo. Las calles se me alargan en líneas infinitas, equidistantes, las casas se me deforman, y de cada una de sus ventanas, emanan negros tentáculos. Si alguien se cruzó conmigo, no tuvo el coraje de detenerme. Pero soy consciente de que me vigilan, de que detrás de cada esquina, me esperan. Me lo advierten las voces de mi cabeza, que ahora también me insultan, porque correr es de cobardes. Espero que comprendan el por qué de mi cordura. Soy víctima de una conspiración contra mi persona. Y por mucho que corra, ya no me queda escapatoria.




 Aitor Santiago:  -Las cosquillas del diablo.



    Por aquel tiempo yo estaba casi terminando el curso y me faltaban dos años para que yo me fuera a la Universidad. Como he dicho antes, cuando terminaba el colegio, me iba corriendo a ayudar a mi padre que tenía la cija  en la otra punta  del pueblo, donde teníamos la casa. Por aquel entonces lo que más me llamaba la atención, era la casa de la que llamaban la bruja, era una de esas mujeres que no tenían marido, que vivía marginada del resto de las gentes del pueblo y se la reconocía como tal y nuestra casa, para colmo, era la más cercana a la suya, su casa era pequeña, heredada de su padre, de quien se sabía menos que de ella, más rural de lo normal, las paredes hechas con grandes piedras y el tejado hecho con paja. Mi hermano decía que era bruja y mi padre siempre le echaba la bronca para que no me metiera miedo, aunque más tarde supe que mi padre también la tomaba por una bruja y mi hermano me contó que tenía una risa singular y que cuando reía por la noche es que el diablo la hacía cosquillas. Hasta que un día, y esto  lo oí de los mayores, la hija del alcalde, que le gustaba estar en el pajar con muchos de los amigos de mi hermano, incluso con mi hermano, algo que no entendía, porque, ¿de qué iban a hablar, si ella nunca trabaja en el campo ni con los animales?, frecuentaba  mucho a la bruja, porque decía que tenía problemas para dormir.

               El caso es que Ramón, uno de los mejores amigos de mi hermano, no había ido nunca a hablar con la hija del alcalde al pajar, esto se lo oí a mi hermano y a Ramón desde la ventana
de mi habitación en el “sobrao”, porque siempre se quedaban un buen rato hablando por la noche, hasta que yo me dormía, y lo que escuché antes de dormirme fue que por lo visto, Ramón había hecho un buen negocio con unas tierras heredadas de un tío suyo, y me enteré  de que parte de ese dinero, lo iba a gastar en regalarle algo a María, que así se llamaba  la chica, y ahí es cuando me dormí.

              Ramón vino al día siguiente con aspecto desanimado, pensé,  que era que no le habían dejado comer postre, estuvo mucho tiempo hablando con mi hermano y lo único que pude sacar en claro antes de dormirme fue:

-¡Hablaré con la bruja!

          Y como no pude escuchar nada más me dormí intrigado por lo que querría Ramón de la bruja.

          Al día siguiente me dispuse a dejar a un lado a mi padre con la excusa de que estaba malo, y mientras mi padre se tiraba todo el día en cija y mi madre entre cocinar e ir a casa del ``rico´´, no tenían tiempo de verme, aunque estuviera malo, cosa que ya había experimentado  y estaba seguro de que esta vez iba a ser así también, así que salí de la cama me puse la ropa del día anterior y  saltando el pequeño muro del patio, me dirigí a casa de la bruja, pero escondiéndome entre la poca maleza que había,  estuve esperando una hora y media hasta que apareció Ramón y cuando entró en la arcaica casa de la bruja, me dispuse a mirar por la ventana ya que no tenía cristales, y vi como la bruja, le daba algo a Ramón, y éste le daba un collar de oro.

           Al día siguiente en el rutinario encuentro nocturno entre Ramón y mi hermano, estos parecían que festejaban algo y lo que oí de mi hermano fue:

-¡Vaya con la bruja!

     Intenté  tirar un día más de la excusa de estar malo y pese a que mi padre no estaba muy convencido, me dejó quedarme también y volví otra vez a casa de la bruja y miré por la ventana, justo cuando Ramón entró, pero esa vez presencié una discusión:

-¡Bruja! ¿Tienes eso?- dijo Ramón valerosamente

-¿Tienes tú, lo mío?- dijo la bruja con una sonrisa

-El collar que te di ayer, me vale para dos meses,  era de mi abuela y se lo he quitado a mi madre para tí.

-Jijijijiiji, desearás no haber dicho eso- dijo la bruja señalando con un huesudo dedo al huésped con aspecto de mofa.

     De repente  me estremecí  al oír esa risa de la que mi hermano me habló.

-Si no tienes eso dentro de los próximos dos días, te quemaré viva- y con estas palabras Ramón salió de casa de la bruja.

     Pasaron las semanas y como  no hubo ningún fuego, deduje que la bruja había hecho ese recado al amigo de mi hermano, hasta que un día, en los encuentros que tenían mi hermano y su amigo, ví cómo Ramón venía muy angustiado a hablar con mi hermano. En ese momento me atreví a quedarme y hasta a asomarme y escuché:

-¡Joder! Me lo dijo ayer y no me lo creí, su padre y mi padre ya están planeando la boda, pero tú no digas nada, de momento nadie lo sabe, salvo tú y las dos familias- dijo Ramón

-¿Y, cómo ha podido ser? Yo siempre que estuve con ella, me decía que le pedía unas hierbas a la bruja.

-Ya, si las pidió, seguro que esa vieja se las ha cambiado por otras, por lo del collar, ésta se va a enterar ¿te vienes?- dijo Ramón

     Y haciendo mi hermano un ademan de adelante, corrieron a casa de la bruja, yo me puse la ropa y  fui a seguirles, vi que irrumpieron de pronto en casa de la bruja, empujándola y quitándola el collar de la abuela de Ramón y se dirigieron corriendo a la taberna donde estaban todos los mozos y hombres del pueblo.

-¡Mirar! ¡Esa bruja fue la que robó a mi madre. La vimos cómo se lo ponía mientras paseábamos por su casa y decidimos cogerlo! ¡Esto ya no es normal, nos engaña y nos embruja! ¡Quemémosla!- dijo Ramón en tono furioso.

     Y el alcalde dijo antes de que la gente saliera:

-¡Digámoselo a la Guardia Civil!

-La guardia civil solo la metería presa unos días sin probar nada, ¡Muerto el perro se acabo la rabia!- dijo Ramón enfurecido.

     Y corriendo a casa de la bruja todos los hombres del pueblo con garios, hoces, bastones y antorchas se dirigieron a casa de la bruja, yo subí esta vez a un árbol para ver mejor lo sucedido, en casa de la bruja la ataron al poste maestro que sujetaba la casa y cuando todos salieron prendieron fuego a la casa. Los hombres del pueblo estaban callados, atónitos y de repente se oyó esa risa que me puso los pelos de punta:

-¡No me olvidéis!- dijo la bruja entre las llamas quemándose como un cerdo en la matanza.



     -Los paseos de la sombra.

     Era verano, uno de esos días festivos en los que no había labores que hacer, realmente  eran muy pocos y  mi madre me dejaba quedarme más tarde despierto en casa por la noche, jugando o leyendo libros de la escuela, mientras mi hermano y padre se iban a la taberna a tomar un vino y a hablar con los hombre para así mi padre aprovechar y cerrar  unos negocios,  quedándose siempre más tarde de lo normal y al final tener que ir yo a buscarle porque me mandaba   mi madre .

           Un día mientras estaba mirando embobado el cielo, mi madre me mando a buscar a mi padre y a mi hermano. Por el camino me encontré a Rodolfo, un amigo de mi padre que le vendía pienso y paja para sus animales, Rodolfo me saludó  levantando la cabeza. Cuando entraba en la taberna, mi padre estaba en una mesa con mi hermano y otro hombre del pueblo , yo,  suponiendo que estaba hablando de negocios, me acerqué y de repente, se abrió la puerta de golpe, de par en par,  chocando  contra la pared y entrando Rodolfo como un loco, jadeando y gritando:

-¡Mis cabras! ¡Alguien las ha matado!

     Todos los hombres de la taberna salieron y  fueron corriendo a la nave de Rodolfo donde tenía su ganado durmiendo por la noche .Yo seguí a mi padre y me quedé en todo momento cerca de él. Cuando llegamos a la nave y entramos, vimos como  las ovejas y cabras de Rodolfo estaban descuartizadas, con las tripas esparcidas por todo el corral.

-¿Y cómo ha sido esto? ¿Viste a alguien antes o después de ver esto?- preguntó  el alcalde.

-Lo único que vi fue la sombra de una persona que se iba doblando  la esquina, la seguí y justo cuando  torció  la esquina, me fui corriendo a la taberna  .- respondió Rodolfo angustiado

-¿Tienes idea de quién ha podido ser?- preguntó otra vez el alcalde

     Y desde el fondo de toda la muchedumbre:

-¡Esto ha sido un animal, un lobo a lo mejor!- dijo Paco.

-¡Te digo que no ha sido un animal, vi una sombra doblando la esquina!

     Después de un rato y de que la gente se fuera, se quedaron mi padre, el alcalde y Rodolfo. A mi hermano y a mí,  mi padre nos mando que esperáramos fuera de la nave, salimos y mi hermano corrió y se asomó a la nave donde habían quedado los otros  por una ventana que tenía,yo busqué algo  a lo que subirme, y  vi que a los pies de una ventana había unos paquetes de paja, me subí, me asomé y escuché lo que decían:

-Rodolfo tranquilo, ya verás como todo se soluciona- dijo mi padre.

-Mañana diré que venga una pareja de guardias civiles del cuartelillo del otro pueblo, para que investiguen a ver qué  ha podido ocurrir- dijo el alcald,e intentando tranquilizar a Rodolfo.

-¿Investigar? Este ha sido Florencio, que dice que le vendí una cabra que da poca leche, cuando es mentira.

-¿Crees que Florencio ha podido hacer todo esto, por una cabra que da poca leche?-preguntó mi padre.

-El Florencio tiene mucho orgullo ¿o no?- dijo Rodolfo enfurecido.

-Bueno, de momento no hay pruebas contra Florencio, así que, mañana veremos lo que dice la guardia civil.

     Terminando así la conversación, se despidieron y nos fuimos a casa. A la mañana siguiente fue la guardia civil y mientras comíamos, mi padre nos contó todo lo ocurrido:

-Por lo visto la guardia civil dice no ha podido ser ninguna persona, ya que lo único que han hecho, ha sido descuartizar los cuerpos de los animales, dicen que ha sido un lobo de la zona, que no habrá encontrado comida esa noche, pero Rodolfo dice que vio la sombra de una persona. Esto es muy raro.

     Por la noche, mi madre me mandó  otra vez a buscar a mi padre y a mi hermano en la taberna, en ella,  sólo se hablaba del caso de los animales de Rodolfo. Y repentinamente se volvió a abrir la puerta de golpe como la noche anterior, pero esta vez se trataba de  los animales de Venancio. Otra vez fuimos y vimos el mismo cuadro que en la nave de Rodolfo, Venancio también decía que había visto la sombra de una persona.

      Al día siguiente, la guardia civil fue otra vez y dijo  lo mismo, que eso solo podía haber sido obra de un animal. Mi padre y todo el pueblo se percataron  de que allí pasaba algo, por lo que a la noche siguiente, como el resto del pueblo, mi padre no fue a la taberna, sino que se quedó haciendo guardia en la entrada de la cija por si esa noche la tocaba la suya.

     A la  mañana siguiente, se formo un gran revuelo porque esta vez les había tocado a los animales de Alfonso y de su hijo. Se ve que Alfonso había hecho una primera guardia y la segunda la hizo su hijo, éste se quedó  dormido porque no se aguantaba y cuando se despertó por el ruido de la puerta al cerrarse, vio la sombra de una persona torciendo la esquina, el hijo la siguió y justo al cruzar la calle desapareció, volvió corriendo a su nave y apareció la misma carnicería de los dos días anteriores.

     Aquella tarde se reunieron todos los hombres del pueblo en la taberna, y yo escuchando escondido desde la ventana  oí que iban a patrullar por el pueblo. Esa noche mi padre y mi hermano cogieron una hoz y un gario y se reunieron en la taberna con todos los hombres, igual de armados que mi padre y mi hermano. A mí, mi padre me dejó ir pero siempre que estuviera cerca y a la vista de él y si no de la  mi hermano. Nos dividimos en dos grupos,  unos salieron por un lado y los otros por el contrario, caminando por las poco luminosas calles del pueblo. De repente, el hombre que iba en vanguardia del grupo, vio la sombra de una persona girando  una esquina, corriendo le seguimos  y justo estaba virando  la otra esquina, pero cada vez estaba más cerca.

          En el momento que mi padre vio que alcanzábamos a la sombra nos dijo a mi hermano y a mí que nos quedáramos un poco rezagados del grupo. Voltearon  la esquina, borrachos de euforia y tensión, esta vez tenía toda la pinta de que darían con la sombra, en cuanto torcieron la esquina, se oyeron gritos de pelea y corriendo mi hermano y yo, fuimos a  ver qué era lo que pasaba  y distinguimos cómo  los hombre del otro grupo se peleaban con los hombres del nuestro, cuando se quisieron dar cuenta había tres muertos y dos heridos:

-¿A dónde ibais vosotros por ahí?- dijo el cabecilla del otro grupo.

     Mi padre, que afortunadamente no le había pasado nada dijo:

-Persiguiendo a una sombra que nos parecía extraña. ¿Y vosotros?

-Lo mismo, vimos una sombra que nos condujo hasta aquí y creyendo que erais vosotros pues…

     De repente se oyó una gran voz, como si estuviera hablando por unos de esos altavoces de la capital.

-¡Os dije que no me olvidaríais!

     Entonces, un frío intenso como el de una mañana de invierno, me recorrió todo el cuerpo, y  los pelos de mi piel se me pusieron como escarpias por esa vieja risa, ya olvidada , pero que recordé de repente, y vi como los hombres se miraron unos a otros asustados, con cara de que una venganza les había atropellado.

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