13 de diciembre de 2013

MICRORRELATOS DE TEMA SEGOVIANO. UN VIAJE POR LA FANTASÍA.

SANDRA BASTIÁN SERRANO

LOS PASEOS DE ISABEL

 
  Isabel bajó los más de cien escalones que separaban la Torre del Homenaje del resto del castillo, con cuidado de no tropezar a lo largo del recorrido.
    Paseó por la Sala del Palacio Viejo y la Sala de la Chimenea; contempló con cariño la Sala del Trono y releyó el lema del que tan orgullosa se sentía, antes de admirar las vidrieras de la Sala de la Galera. Recorrió también la Sala de las Piñas, la Cámara Regia, la Sala de los Reyes, la Sala del Cordón, la Capilla y no se detuvo hasta llegar a la Armería.
    Allí sacó su trapo y restregó una vidriera de cristal hasta que la imagen de una señora de la limpieza se reflejó en ella: una mujer que debía mantener la pulcritud del Alcázar de Segovia.



LUCIA DEL POZO LARGO

LA LENGUA NEGRA DEL ANGEL

     Aquel extraño ser había vagado por la Tierra desde hacía millones de años. Era un ángel de alas que brillaban cuando las luces del mundo se apagaban, dejando que aquellos mortales sucumbieran a la oscuridad. Y encontró Segovia, el sitio perfecto para su plan. Había una extraña estatua que, según indicaba su pedestal, era Juan Bravo. El metal reluciente era de la época de los dragones, hecho con su fuego, cuyas llamas se seguían reflejando en su bruñida superficie. Se decía que los dragones bebían el fuego del Sol. Los humanos de esta Tierra estaban ciegos, ya que sólo veían lo que querían ver. No notaron al ángel coger la estatua de Juan Bravo y descender por un pasadizo oculto bajo el banco donde habían estado sentados.
    - Deja que tus lágrimas caigan – le susurró su lengua negra. Necesitaba que sus lágrimas le empaparan el rostro para escapar de sus penurias.




PABLO PONCE

GAJES DEL OFICIO

Mi vida útil comenzó hace relativamente poco. Ahora tengo un trabajo fijo pero no estoy demasiado contento. He visto niños riendo, ancianos amargados y jóvenes enamorados, pero siempre hay alguno que paga su mal humor conmigo, otros se me quedan mirando como maldiciéndome y otros directamente pasan de mí. A veces les hago perder el tiempo y me sonrojo porque me siento observado, otras veces, les dejo que elijan y me relajo a pesar de que este trabajo exige estar siempre atento sin cometer errores.

Mi error fue hace unas horas, una persona no me miró y yo no me sonrojé. Pasó y murió atropellada. El coche tampoco me miró. Estoy triste, me van a trasladar de la Vía Roma a Otero, a San Cristóbal o a Madrona, y aquí pondrán un semáforo menos sentimental.



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