13 de diciembre de 2013

MICRORRELATOS SEGOVIANOS. EL CAMINO DE LA VIDA

KATIA RUTH BACA

MI HERMANA


‘Muchas personas te pueden acompañar en la vida, pero ninguna como una hermana’. Aún recuerdo cuando me lo decía y me lo sigue recordando una gran mujer, mi abuela, cuando íbamos caminando hacia la Fuencisla una tarde con un sol brillante y resplandeciente, me lo explicó; que aunque te deje sin ropa, aunque te haga enfadar, también te regalará su tiempo, su cariño, su fidelidad y su compañía incondicional; quizá porque sabes que la tienes siempre, no la tomas en cuenta y más si es cinco años menor que tú, pero siempre que estés triste o con una lágrima a flor de piel, esa compañera estará ahí para decir; ¿Qué ya vas a llorar?, ‘Sonríe, la vida es bella’, y no te dejará caer.

Entonces es ahí cuando te das cuenta de lo que tienes. Una sonrisa y un abrazo es lo que cerró una nueva lección de vida.




LAURA DE LA CALLE GONZÁLEZ

AFERRADO AL PASADO
Desgraciadamente, a mis ochenta y tres años vengo cada día, cada atardecer a ver pasar el tren, a mi lugar favorito, donde pasé tantos momentos de mi infancia, en el Puente Hierro.

Me acuerdo de ese nueve de Julio de 1945, como si fuera ayer. Yo, un joven de apenas 15 años, comencé a trabajar cargando las mercancías que cada día los trenes llevaban a Medina del Campo desde Segovia.

A pesar de ser un trabajo duro, conocí allí a mis compañeros, quienes han sido toda mi vida mis mejores amigos. Cuando los años pasaron por encima de nosotros y ya no servíamos para trabajar, nos reencontrábamos en el puente cada atardecer.

Poco a poco, fueron desapareciendo donde algún día yo me encontraré con ellos pero el puente permanecerá hasta que la sociedad decida borrarlo de aquel emotivo paraje y con él el espíritu de aquellos ilusionados jóvenes.


VANESA PASTOR

El 34 de José Zorrilla

    “Yo nunca pierdo hasta que no me rindo”- me decía a mí misma caminando hacia la puerta. Nunca me había atemorizado tanto un número y una calle: el 34, la calle, José Zorrilla. Pero lo que más miedo me daba de todo, era un nombre: Adrián, y su actitud al verme. Llamé al timbre:
    -¿Adrián?
    -¿Marta?
    -Sé que no me quieres ver después de todo, aunque lo entiendo. Más tarde me iré.
    -¿Qué quieres?- rompí a llorar acostumbrada a su tono amable.
    -Si lo hice es porque solo busco excusas para no decir te quiero, pero sabes cómo soy. Suena tópico, pero no es por ti es por mí. Quiero que sepas, aún sabiendo que es tarde que…- hubo un largo silencio- que te quiero –el silencio permaneció.
    Nos miramos, le abracé y él tan solo susurró:
   -Gracias por volver, mamá- le besé su mejilla con lágrimas en las mías.




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