30 de mayo de 2014

Cuento: El tarro

El relato que se inserta a continuación ha ganado el concurso de cuentos "Emiliano Barral" de 2014.

OLMO DE ANDRÉS GARCÍA
EL TARRO

Aquello parecía un tarro de menestra estrellado contra el suelo, pero el líquido amarrillo se había tornado rojo y los guisantes, zanahorias y patatas trocitos de cerebro, huesos y piel. Y él no podía dejar de mirarlo y pensarlo, pero tampoco le preocupaba, ni que no pudiera dejar de compararlo con menestra desparramada, ni que aquello estuviera desparramado. No le preocupaba nada ni siquiera la persona de la que había salido la menestra le preocupaba lo más mínimo. Él solo quería derramarla, tirar el bote de menestra contra el suelo, como un niño que experimenta, y joder, le gustaba el resultado, le satisfacía, no le divertía, quizás toda la preparación para hacerlo sí que le divertía, le entretenía, pero como te entretiene y divierte el ir de compras y como el ir de compras, esa sensación solo duraba lo que tardas en elegir el qué comprarte y lo que te decides en hacerlo. Pero la satisfacción sí que duraba, duraba toda la vida, una vez hecho tendrías el recuerdo ardiente en tu memoria, provocándote la satisfacción perpetua de haber roto el tarro, de verlo romperse una vez y...

 Y en ese momento de la línea argumental, mientras sigue observando el desparrame, es cuando se da cuenta de que va a tener que hacer más experimentos, de que tendría que probar con otros tarros, con otras personas, con otros instrumentos, no solo las manos. Sonrió para sus adentros, no conocía esta faceta suya, pero le estaba gustando. Ya no valía para nada seguir en esa casa, sería mejor volver a la suya, descansar e ir mañana al médico, la herida de la cabeza le estaba escociendo.

 A la mañana siguiente se despertó con mucho dolor en las heridas de la cabeza, se miró en el espejo y vio que los dos agujeros estaban supurando pus, así que se fue a urgencias, que era lo que le habían dicho en el hospital. En el hospital le tocó esperar al lado de una mujer, la mujer no dejaba de juguetear con su móvil, dándole a las teclas una y otra vez cada vez más rápido, más fuerte. Se estaba empezando a cabrear y eso implicaba empezar a elucubrar el experimento. Las manos esta vez no, se decía mientras pensaba otro recurso. ¿Qué tenía a mano? Una caída de por lo menos seis metros, pero no, eso mejor no, podría no morir, armaría mucho escándalo, se enteraría todo el edificio. ¿Qué más tenía? Ah, sí, perfecto, un bolígrafo.

Ilusionado ante la perspectiva de un nuevo instrumento se concentró más en el experimento. Ummmm ¿Qué podría hacer? ¿El bolígrafo en el ojo? Perfecto, aunque eso no la mataría ¿Y después? Estamos en un hospital ¿Por qué no practicarle una traqueotomía? Sí, sí, sí, y después para rematarla se lo clavare en el
corazón. Pero antes de todo esto taparla la boca no quiero que nadie se entere. Ya estaba todo dispuesto, la miro, con la mirada del que sabe que la va a matar y se divierte observando a la presa.

 Ella estaba tan concentrada en su móvil que no se dio cuenta de la mirada ni de cómo la mano izquierda de aquel hombre de su lado se movía, lenta, metiéndose en el bolsillo de su pantalón, y de cómo su mano derecha pasaba de estar entre sus piernas para moverse sigilosamente hacia la pierna más cercana a ella, preparada para saltar, para accionar una combinación de movimientos que serían el final de su vida.

 Pero algo falló, siempre hay factores imprevisibles, sobre todo en un hospital, factores del tipo personal, como en este caso. Pues apareció una enfermera momentos antes de que se iniciara la tragedia, la enfermera que le llamo a pasar consulta. Así que nuestro psicópata se tuvo que marchar de la habitación dejando allí a la chica, que jamás sabría lo que la enfermera. Pasó a la consulta del doctor, que le dijo que se sentase.

-¿Le está supurando, verdad?- Dijo el doctor.

-Es completamente normal, señor, una barra de hierro le ha perforado el lóbulo frontal y vive para contarlo. Pase a la camilla por favor.- Se acercaron los dos a la camilla, el doctor quitó las gasas que tapaban los dos agujeros. –Sí que le está supurando sí, pero tranquilo, esto no es nada, lo limpio, desinfecto y cambiamos las gasas y como nuevo.

-Muchas gracias docto, todavía no sé cómo va a afectar esto a mi vida.

¿Qué voy a hacer? Soy un minusválido a ojos laborales y un engendro a ojos sociales- Decía entristecido.

-De eso quería hablarle, señor. Verá, me he estado informando de su accidente, no es usted el único. En 1848 un instalador de vías de ferrocarril sufrió el mismo accidente que usted, una explosión hizo que una barra de hierro de 3 cm atravesara su cabeza por su mandíbula y saliera por su cráneo, llevándose con ella parte de su lóbulo frontal. El caso es que la personalidad de Phineas Gage cambió radicalmente a partir del accidente, pues, como sabrá, en el lóbulo frontal se encuentra el sentido de lo moral, por lo que no sería de extrañar que a usted le pasara lo mismo, lo que le convertiría en un terrible monstruo para la sociedad.

 ¡Oh sí! pensaba él mientras el doctor le decía lo del caso de Phineas Gage. Cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana. La estúpida chica del móvil se le había escapado, pero no este no tenía escapatoria. Ya estaba agarrando el bolígrafo del bolsillo. El doctor no se dio cuenta de nada, de repente el paciente se abalanzó hacia él, le aferró la boca con una mano y sintió el bolígrafo clavándosele en el ojo justo antes de desmayarse.

 Qué decepción, el doctor se había desmayado antes de la traqueotomía, experimento fallido. No pudo evitar cabrearse, le disgustaba mucho que las cosas no salieran según lo planeado. Así que decidió acabar con el experimento fallido de un modo rápido. Rebuscó en los cajones y encontró lo que buscaba, al fin y al cabo estaban en un hospital. Con el bisturí en una mano y la otra agarrando el bolígrafo del ojo para mantener el cuello en tensión. Clavó el bisturí en el cuello del doctor y cortó hasta que pareciera

 Esto no le terminaba de valer, él quería ver el tarro romperse, ver irse la vida en los ojos. El doctor no le estaba satisfaciendo en absoluto. Pero tendría otra oportunidad antes de marcharse del hospital, todavía quedaba la enfermera, antes o después aparecería y sería el momento oportuno.

Tenía que planear otro experimento y no sabía del tiempo que disponía, ni de los materiales, no quería un bisturí, con eso era tan simple.  Miró en todos los cajones y al final decidió hacer lo siguiente. Esperaría a un lado de la puerta con esparadrapo en las manos, cuando apareciera la enfermera le pasaría los brazos por debajo de los suyos, llevando sus brazos hacia la boca para ponerle el esparadrapo, a la vez que la privaba de cualquier movimiento de sus brazos. Después usaría más esparadrapo para atarla de brazos y piernas y ponerla encima de la camilla, una vez encima de la camilla y atada pondría el experimento en marcha.

¿Cuánto tardaría en morir asfixiada si le ponía una bolsa de plástico en la cabeza? Lo cronometraría y no solo eso, quería oír los últimos latidos de una vida que se desvanece, así que cogió el estetoscopio del cuello del doctor y se lo puso alrededor del suyo. Ya estaba todo planificado, solo faltaba que  La enfermera no tardó en aparecer, al igual que no tardó en verse inmóvil encima de una camilla con aquel demente observándola, sonriendo, mirando interesado su cuerpo. Por su cabeza paso la violación, la dio asco solo pensarlo, pero en cuanto vio que la cubría la cabeza con una bolsa de plástico y después apretaba con esparadrapo la bolsa a su cuello prefirió la  Pa-pa pa-pa pa-pa. Parecía que se le iba a salir el corazón del pecho, pero no habían pasado ni cinco segundos cuando el ritmo cardíaco empezó a descender. Pa pa pa pa. Poco a poco, cada segundo se reducía un poco más, notaba como la vida se alejaba del corazón. En su cara la sonrisa inocente de un niño que acaba de abrir su regalo de Navidad. En su cabeza la obsesiva cuenta de los latidos del corazón. En la habitación ya casi el silencio, pues apenas forcejeaba ya la enfermera. Pa….. Pa……Pa……..Pa……… ¡Dios, sí! Era perfecto, había sido increíble, pero era hora de marcharse, sabía que no podía permanecer allí mucho más

 Volvió a su casa pensando en lo que había hecho, deleitándose de lo que para él era su nuevo hobby. A la puerta de su casa había un hombre vestido de traje, le enseñó la placa y le dijo que le acompañara.  No se lo pensó dos veces, se abalanzó sobre el policía. Fue lo último que hizo. En el coche aparcado a la puerta de su casa había otro policía que había visto venir la jugada, se bajó y sin miramientos disparó. Mejor un loco menos, que un loco más en el psiquiátrico. De su pistola todavía salía humo, enfrente del cañón el cuerpo de un hombre que se derrumbaba sobre sí mismo, cayendo sobre las escaleras de la puerta de su casa. Dejando ver en la pared de enfrente lo que al policía se le asemejaba a una menestrade verduras desparramada, solo que la salsa se había tornado roja y los guisantes, zanahorias y patatas ahora eran piel, carne y trocitos de cerebro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario