13 de octubre de 2014

RECREACIÓN DE PINOCHO


POR QUÉ LEER A LOS CLÁSICOS- 2014.

PINOCHO

La actividad de Por qué leer a los clásicos - 2014 tuvo como escritora invitada a Mónica Carretero, una de las más destacadas ilustradoras actuales de libros infantiles y juveniles. Eligió el tema de "Pinocho" para la conferencia. Los destinatarios fueron los alumnos de 1º de ESO y en el concurso celebrado para cerrar la actividad se destacaron los trabajos presentados por Jimena Pastor Marazuela, Sara GArcía Matesanz y Laura Príncipe que se presentan a continuación, ilustrados con dibujos de Mónica..



Jimena Pastor Marazuela

RECREACIÓN DE PINOCHO

Cuando Pinocho fue a plantar las monedas, Gepeto creyó verle pasar por el bosque, entonces le intentó seguir, y se adentró en el bosque. Empezaba a hacer frío, y Gepetto no tenía abrigo porque lo había vendido para comprar los libros a Pinocho. Empezaba a ser de noche y se intentó refugiar, pero no había ninguna cueva ni nada donde resguardarse así que se cubrió con algo de musgo y unas hojas, así se protegía del frío, y consiguió dormirse en el suelo con el musgo y las hojas como si fuese una manta.
Al día siguiente se despertó, pero se sentía algo raro, algo le sucedía, resulta que sus piernas se habían convertido en raíces como las de un árbol, y ya no se podía desplazar.
A lo largo del día fue convirtiéndose en un árbol, aunque, cuando llegó la noche no era todavía un árbol, y todavía podía hablar, él no perdió la esperanza y seguía llamando a Pinocho, pero nadie contestaba en aquel frondoso bosque, en el que no parecía que hubiese ningún niño ni ninguna persona. Cuando volvió a amanecer Gepeto ya era completamente un árbol, con las vetas que marcaban y dibujaban su cara.
El árbol no destacaba sobre los demás, no era muy alto como los pinos de aquel bosque, pero tampoco era muy pequeño como los arbustos, pero sin embargo se le notaba algo especial, parecía que ya era viejo y que tenía arrugas, pero se le notaba diferente, parecía que tenía algo diferente, algo que no tenían los demás, aquello que parecía que tenía  ese árbol era alma.
Un día Pinocho cruzó el bosque, y Gepeto (o el árbol que parecía Gepeto) empezó a llamarle: “¡Pinocho, Pinocho! ¡Hijo mío!”
Pero Pinocho se asustó ¿Quién le llamaba? Pero lo volvió a oír: “¡Pinocho, Pinocho! ¡Hijo mío! ¿No me reconoces? Soy tu padre, Gepeto.”
Pinocho miró a sus lados, pero no vio a nadie. Entonces se fijó en uno de los árboles en especial, que tenía algo diferente. Parecía su padre; entonces dijo: “¿Eres tú, padre?” Y el árbol respondió: “Sí, hijo, soy yo tu padre Gepeto”.
Pinocho al principio no se lo creía, pero le dijo: “¿qué te ha pasado?” Y Pinocho empezó a abrazar a aquel árbol, no se creía que su padre fuese un árbol, no lo entendía, y que a demás hablase, Pinocho pensaba que lo estaba soñando.
Pasó una noche, y otra, y otra más, y otra, hasta que al final Pinocho de quedarse allí se convirtió en un árbol, y al igual que su padre parecían que las vetas dibujaban su cara, la cara de un niño, este árbol también se le veía que tenía algo diferente pero esta vez sin arrugas, parecía que le salía una rama como una nariz.

Pero a los dos árboles se les veían felices. Y todos los días el que era más grande, con más arrugas y parecía mayor, le contaba historias al que era más pequeño, estas historias se escuchaban en todo el bosque, pero los que pasaban no sabían quién las contaban, también dicen que los árboles parecían que se acercaban para escucharlas, las historias eran de un niño al que querían engañar, una zorra y un gato; el niño era muy travieso y no hacía caso a su padre, y el niño se encontraba con un hada y le ocurren varias cosa y al final el niño se va volviendo bueno y va a la escuela, y saca buenas notas, pero un día desobedece a su padre y se va con otro niño a un lugar que decían que era fantástico, que los niños se lo pasaban muy bien... y se acaba convirtiendo en un burro por desobedecer al igual que los otros niños, pero acaba volviendo a casa…




Sara García Matesanz
SÁLVAME, SUPERMÁN

Querido Mecha:
Soy yo, tu amigo Pinocho. Estoy en la cárcel y necesito mucho dinero para salir de aquí…      Primero te contaré por qué necesito el dinero.
Cuando el hada me convirtió en niño, yo era muy feliz, jugaba con otros niños y todo eso. Pero un día, cuando ya se había inventado la televisión, me enganché a una telenovela un poco violenta y, claro, pues me empecé a juntar con mala gente y a robar cosas. Otro día que inventaron unas motos muy buenas me quería comprar una para ir con mis amigotes macarras por las calles atemorizando a la gente, ya teníamos hasta unas chupas de cuero con nuestros nombres y todo. Bueno, el caso es que le quité todo el dinero que nos dio el hada a mi padre y a mí y lo necesito para devolvérselo y pagar la fianza.
La historia de cómo acabé en la cárcel puede que no te la creas y me tomes por loco, pero te aviso de que es verdad, una verdad muy verdadera.
Un día que estaba con mi moto por el bosque encontré una casa. Allí vi a una señora muy vieja con una cesta de manzanas que estaba hablando con una jovenzuela rodeada de pajarillos azules. A mí no se me ocurrió otra cosa que atropellar a la vieja para quedarme con la cesta de manzanas. Cuando la atropellé me dijo que me iba a denunciar, pero yo salí corriendo. Cogí una manzana roja, pero tenía un gusano, así que se la tiré a un enanito que pasaba por ahí y que, por desgracia, se le quedó en la garganta y parecía que se estaba ahogando… Pero no, solo se quedó mudo, y yo salé de allí echando chispas.
Por desgracia, me caí en un agujero muy hondo y acabé en un lugar donde había una joven hablando con una oruga que fumadora. Yo, que soy tan bueno, tiré otra de mis manzanas a la pipa, que se cayó al suelo. Se enfadó tanto que me estuvo persiguiendo dos horas y media por lo menos, y yo, que ya no podía más, me metí en un lago que parecía un océano. Allí me encontré a una sirena y su pandilla de pelos extravagantes. Me hice pasar por un vendedor de peinetas para bailar flamenco y, claro, vinieron todas como pajarillos a las migajas de pan. Rapté a un pelirroja muy “salá” que bailaba muy bien, la llevé a un concurso de bailaores flamencos y, cómo no, ganó “el premio”, por así decirlo: era que le cortaran el pelo a la que perdiera. Pues claro, otra que se quedó con mi cara.
Me fui y mi moto la perdí porque la dejé donde Alicia en el país de las orugas fumadoras, o algo así. De repente, vi una puerta en medio del mar, yo creía que si entraba me iba a encontrar a Doraemon, porque solo él puede sacar puertas del bolsillo y que te lleven a otro lugar.
La puerta daba a una casa en Inglaterra. Había llegado allí seco y con unas horteradas de ropas que por eso supe que serían años de nuestros tatarabuelos, porque ellos también vestían con unas ropas… ¡Las mujeres, bajo los vestidos, tenían pololos y los niños dormían con camisones! De repente, vi un cuarto con dos niños y una niña de pie en la ventana, hablando solos. Me asomé mejor y había un duende. Me acerqué para empujarlos, pero saltaron ellos antes y me dije “voy a asomarme a ver qué tal han caído”. Pero no estaban en el suelo, estaban volando, así que me lancé y me agarré a la pierna de la chica. No me lo podía creer, ¡debajo del camisón también tenía pololos! Después de estar un rato colgando, como me aburría, salté y me agarré a las piernas del duende, que creo que se llamaba Peter Pan, porque así es como le llamaban los niños pijos de los pololos. Al tal Peter Pan le quité el sombrero y me solté de su pierna.
Flotando sobre el mar había otra puerta de Doraemos, por donde entré. Había un león pequeño cantando, con un jabalí y un suricato una canción: “Hakuna Matata, vive y sé feliz, lalalalalá”. El caso es que al jabalí le pillé desprevenido y le tiré de la cola. Me fui corriendo y me encontré con una tribu de negros. Eran un pelín raritos para vivir en la selva, porque tenían móviles, ordenadores y televisiones. El caso es que también tenían farolas y carteles. Me fijé en uno en concreto donde ponía:
Se busca a un niño de nariz larga (dudamos que se la haya cortado).
Recompensa: un plato de macarrones con tomate y el que lave su plato le damos una propina de 0´50 €.
PD: El niño se llama Pinocho.
Y, claro, quién se va a resistir a un buen plato de macarrones. Cuando me vieron, me llevaron a la policía y allí no adivinas quién estaba. Bueno, ya te lo digo yo. Estaban: la bruja y el enanito, la Sirenita con una peluca, la oruga, Peter Pan y el jabalí… Por suerte solo estaré en la cárcel hasta que no les devuelva todas las cosas y Peter Pan necesita su gorro para hacer una película, pero es que es tan cómodo… y te abriga la cabeza… Así que nunca se lo daré, huajajajá (risa malévola).
***
P.D.: Oh, no, me lo están quitando de las manos. Si estás ahí, ¡sálvame, Supermán!





LAURA PRÍNCIPE.
NUEVAS AVENTURAS DE PINOCHO


     Estaban Pinocho y Gepetto montados sobre Atún cuando, a lo lejos, el pequeño muñeco de madera divisó la orilla de la pequeña playa. Con mucho ánimo le dijo a su anciano padre:
-¡Lo ve padre! ¡Es la playa! ¡La playa!.
-¡Sí hijo mío!- le dijo Gepetto con ternura, aunque le escaseaban las fuerzas.
Unos minutos más tarde, cuando apenas quedaban unos metros para la playa, una inesperada ola interrumpió la tranquila marea y arrastró a Pinocho y a Gepetto hacia la playa.
Pinocho quedó medio enterrado en la arena pero se incorporó brevemente para buscar a su querido padre. Tras buscar y buscar lo encontró tendido en el agua. Pinocho, horrorizado, corrió en su ayuda:
-¡Oh padre mío! ¡Despierte! ¡Despierte!- sollozaba Pinocho.
Gepetto, levemente, abrió los ojos:
- ¡Oh mi querido Pinocho!-dijo con lágrimas en los ojos-. No creo que dure vivo hasta mañana.
-¡No padre, no permitiré que muera!- contestó Pinocho-. Yo he sido un muñeco muy malo. ¡Con lo bien que se ha portado conmigo, que vendió su casaca quedándose en mangas de camisa para comprarme un abecedario!
Pinocho vio una casa al final del camino y fue hacia ella corriendo. Allí vivía solo un anciano señor y Pinocho se dirigió hacia él:
-Disculpe, amable señor, ¿podría prestarle ayuda a este pobre muñeco y a su padre, que está a poco de morirse? Tan sólo pido un lugar donde pueda pasar la noche.
El anciano, le dijo, que podían llevarle al establo. Una vez Gepetto en el establo, el anciano ofreció a Pinocho y a Gepetto algo de comer, y Pinocho se lo entregó a su padre diciendo:
-Padre, tome, esto le sentará bien.
Pero Gepetto no podía comer nada. Cuanto más pasaba el tiempo, más débil estaba y el anciano de la casa se retiró a su habitación porque la noche ya estaba entrada. Se despidió de ellos y les dejó un pequeño candelabro para que tuvieran luz.
Pinocho estaba muy cansado, y al final se quedó dormido. Tuvo una pesadilla. A media noche despertó de un sobresalto y fue a ver a su padre. Tenía una fiebre muy alta y con el último aliento de voz le dijo:
- Pinochito mío, mañana tendrás que irte, a buscarte un hogar, a ir a la escuela, encontrar a una familia que te quiera…-dijo muy apenado.
-Y usted vendrá también, ¿verdad?-preguntó Pinocho confuso.
Gepetto le hizo un gesto y Pinocho comprendió al instante:
-¡No, padre, no puede morirse! -decía Pinocho sin parar de llorar.
-Adiós Pinocho, no me olvides- contestó Gepetto con un hilo de voz.
Entonces el carpintero Gepetto que un buen día compró un pedazo de madera a su amigo Maese Cereza, con el que fabricó un muñeco de madera, que hoy se ha convertido en su querido hijo murió, en un humilde establo al lado del mar. Pinocho no tenía palabras, estaba roto de dolor, como si le hubieran clavado un puñal en el pecho:
-¡Oh padre mío! ¡Por qué ha tenido que morir! ¡No podía haber muerto yo en su lugar! ¡Oh, Hadita mía! ¡Dónde estás! ¡Si estuvieras aquí! ¡Si estuvieras mi padre no hubiera… ¡No hubiera…
Pinocho ni se atrevía a decir que su padre había fallecido. Pero sucedió algo inesperado. Una luz entró en el establo. Una chispa flotaba por el aire y se acercó revoloteando la nariz de Pinocho. Al instante una luz cegadora brotó de la chispa y se formó una silueta de mujer:
-¡Oh Hadita mía! ¿Eres tú? Si eres tú ayúdame por favor. Revive a mi padre por piedad. Lo he pasado muy mal. Lo encontré en el interior del Tiburón y luego salimos por su boca y nadamos y nadamos, hasta que nos encontró Atún, un pez amigo mío. Todo iba bien hasta que vino una ola gigante y nos arrastró hasta la playa. Él (mi padre) me dijo que no duraría vivo hasta mañana y un anciano me ayudó a llevarlo al establo, y el amable anciano nos dejó dormir allí. A medianoche le subió mucho la fiebre, y se despidió de mí con su último aliento en vida. Si él no vuelve conmigo yo también moriré de pena…
-Has sido un muñeco muy malo. ¿Dónde se supone que fuiste el día de tu fiesta? Me dejaste sola y he estado muy preocupada por ti. Anda a ver, cuéntame lo que pasó -le dijo el Hada.
Pinocho dijo unas cuantas palabras, pero balbuceando y a una velocidad increíble, y el Hada no entendió nada. Ella lo tranquilizó y le dijo que le hablara más despacio. Le contó que se había ido al País de los Juguetes, un país donde no había escuela y se podía estar todo el día jugando junto a su amigo Mecha, que le convenció a pesar de que se había negado varias veces. Todo iba bien hasta que una mañana se encontró con que le habían salido unas orejas de burro, seguido después de convertirse en un burro entero. Le compraron en un circo donde tenía que hacer acrobacias, pero se rompió una pata. Le revendieron de nuevo. Lo compró un hombre que quería hacer un tambor con su piel. Pero le echaron al agua y los peces le comieron la carne de burro, convirtiéndose así en un muñeco nuevamente. Se escapó al mar y le tragó el Tiburón. Ésa era toda la historia.
Pinocho estaba  muy arrepentido llorando al lado de su pobre padre. El milagro siguió después. El Hada tomó su varita y roció con ella la frente de Gepetto y también, aunque éste no se dio cuenta, la nariz de Pinocho. Al momento, Pinocho creyó haber muerto, porque no podía dar crédito a lo que veía. Su padre abrió los ojos muy lentamente y Pinocho abrió la boca de par en par, hasta que Gepetto dijo:
-¡Eh, Pinocho! ¿No vas a abrazar a tu padre?-dijo alegremente.
Pinocho fue corriendo a abrazarlo, besarlo, decirle que le quería mucho, pero, Pinocho se sentía raro. Era una sensación muy extraña. Se palpó la nariz y… ¡Oh! No tenía su enorme nariz de madera. ¿Y que tenía entonces? ¡Una nariz como la de todos los niños! ¿Y las manos y pies? ¡Piernas y brazos de carne y hueso!  Su alegría no podía ser mayor… ¡Se había convertido en un niño de verdad!
Sólo podía ser obra del Hada. Corrió a abrazarla, a agradecerla todo lo que había hecho por él y el Hada respondió:
-Pinocho, te has comportado incorrectamente, y tú lo sabes, pero el amor que sientes hacia tu padre es infinito y mereces perdón. Así convertido en un niño irás a la escuela, tendrás lujosos trajes y vivirás en mi casita del bosque junto a mí y tu padre. ¿Qué te parece?-”
-¡Oh Hadita, me parece maravilloso! -contestó Pinocho entusiasmado.
Y así fue, tras darle una moneda de oro al anciano de la casita por todas sus ayudas, se fueron a vivir a la casita del bosque. Siempre felices, Pinocho iba a la escuela y Gepetto fabricaba marionetas de madera para decorar toda la casa. Además tenía una casaca para cada día de la semana…






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