Se reproducen a continuación dos relatos basados en esquemas de la narrativa norteamericana de los siglos XIX-XX. El primero, obra de Julia, con el que ganó el Premio Emiliano BArral-2013, sigue el esquema del cuento de terror, en reconocimiento del maestro E. Allan Poe. El segundo, de Aitor, incluye un esquema de narrador testigo y una ambientación más próxima a los de la Generación Perdida.
JULIA CONCEPCIÓN:
LA MENTE DIVIDIDA
Homenaje
a Edgar Allan Poe.
Paréceme
mentira que, tras tantos logros y glorias que son de mi merecimiento,
aquí me halle, corriendo como un cobarde. Confundo el sentir de mi
corazón acelerado con las arcadas que cruelmente se abren paso por
mi lastimada garganta. Tantos gritos, para que nadie los oiga...
Veo
como primer menester explicaros el motivo de mi desafortunado
destino, pues si yo ahora os contara sin dilación la situación en
que me encuentro, no dudo de que una sonrisa de desprecio se trazaría
en vuestros labios, y de las sonrisas de desprecio, créanme, ya
estoy bastante harto.
Y
como he dicho, para que os sea posible comprenderme y entender esta,
mi magnífica historia, y no tomarme por loco cualquiera, pues
cualquier cuerdo envidiaría la cordura de que dispongo, empezaré
por el principio...
Nací
del vientre de la mujer más bella que vuestros ojos jamás tuvieron
el placer de contemplar; de esas mujeres que saben ser a su vez
recatadas y atrayentes, sutiles y llamativas, de esos tesoros del
género opuesto que conocen y manejan a la perfección las
debilidades de los hombres, y siendo conscientes y partícipes de su
maestría, se hacen objeto de ellas. Mi madre trabajaba en el teatro
más prestigioso de Nueva York, y allí, en un piso de la calle
cercana al fabuloso local – que las gentes del momento visitaban,
al menos, aquellas que entendieren correctamente los requisitos para
el éxito social – fue donde me dio a luz y donde yo me crié toda
mi vida.
Mi
padre era un humilde dramaturgo de talento tan pequeño y tan escaso
como su sentido común. Su única dote
poseedora de la importancia de mencionarla y merecedora de que
las vuestras, cansadas pupilas, la recorran por encima, era la
sensibilidad, nada más y nada menos, e incluso esta pequeña dote
suya era motivo de burlas entre los círculos del verdadero
refinamiento, el verdadero temple y la verdadera elegancia. Porque
díganme ustedes qué excusa se mantiene ante las lágrimas mudas de
un hombre melancólico, si es que éste ha cometido la desfachatez de
llorar en público.
El
contexto en el cual mis padres se enamoraron, si es que así lo
hicieron, carece de importancia: En primer lugar, porque mi persona
no es protagonista de tal historia, en segundo lugar, porque mi pobre
madre murió cuando yo contaba con tres primaveras, y nunca fui
testigo de las señales de esta aventura romántica.
Mi
padre me crió como buenamente podía, que no era mucho, dado su
humilde salario de actor de tercera. Afortunadamente, heredé la
belleza, la creatividad y la inteligencia de mi madre... Y por
desgracia, la sensibilidad del imbécil de mi padre.
Mis
cercanos siempre fueron sinceros conmigo; o al menos así me lo
parece, ya que soy nefasto a la hora de identificar las mentiras y
las falsedades, tanto es así, que hasta las muestras más descaradas
de hipocresía me son ocultas, invisibles como las noches de luna
nueva; y debido a sus palabras y concienzudas advertencias, soy
consciente de que soy demasiado agraciado, demasiado gentil y
demasiado brillante. Prueba de ello son los numerosos calvarios a los
que en el colegio fui sometido, desde una edad muy temprana, cuando
el jugo de mi cerebro era aún una esponja...
Madre
mía, aún enrojezco al recordar tales humillaciones, tales
insultos... ¡Cuántas fueron las burlas que me profesaron, y cuántas
las que yo aguanté! Espero que comprendan ustedes, pues así les
creo de justos y sagaces, que por mucho que se estire la paciencia,
ésta no es interminable. Siendo de esto conscientes, no es de
extrañar que mi maltratada mente un día no pudiera más, y a la
edad de catorce años, golpeara yo a uno de mis más antiguos
enemigos. No me arrepiento de una sola de las patadas, ni de las
costillas que le rompí. El zascandil en cuestión fue ingresado y
trasladado de internado y nunca más volvió a molestarme.
Nunca
me fue agradable excesivamente la compañía ajena, mi padre
acostumbraba a acusarme de ser un joven raro e introvertido por ello,
pero es de mi conocimiento el hecho y el dicho que todos ustedes
conocen de “mejor solo que mal acompañado”, y como buen hombre
que soy, yo siempre cumplo mis principios. A la edad de quince años,
sin embargo, en el internado de mi infierno, una tarde en que me
hallaba castigado en una de las aulas, cometí un acto que hizo
disparar las alarmas sobre mi persona y propició aún más las
represalias del imbécil de mi padre. El motivo de aquello fue que,
aquel día, harto y cansado de la rutina, y viendo por la ventana a
las personas que tantas veces habíanme hecho desprecios, y por
tantos años, en vez de ofrecerme el compañerismo que debieron
mostrar, en fin, se me ocurrió lanzarles mi almuerzo desde el piso,
cartera incluida, con la intención de atinarles en el seso, y suplir
con ello mis deseos de venganza y mi furia contenida por aquel
injusto castigo. El lanzamiento erró su objetivo – por desgracia,
ya que a aquella altura podría haberles provocado una buena herida –
y yo fui expulsado definitivamente.
El
imbécil de mi padre decidió por aquel entonces visitar a un
psiquiatra – por si ustedes no conocen la palabra, se trata de uno
de esos ineptos oficios en que un hombre con bata trata de adivinar
sus pensamientos – cuyo veredicto no fue relevante, y si así lo
hubiese sido, no se merecería otra cosa tal que mi indiferencia,
dado que no hay nadie mejor que uno mismo para conocerse y juzgarse.
Lo único que se atrevió a decir aquel inútil fue que yo podía ser
uno de aquellos graves y no demasiado escasos casos de algo cuyo
nombre no recuerdo, pero que significaba “mente dividida”.
Puestos esta atención y este control sobre mi persona,
agobiáronme, y mi brillante e inteligente mente, que nunca me
falla, respondió con una alerta aún mayor, si cabe, a la que antes
ponía hacia los comentarios que las compañías susurraban en mi
presencia y hacia las miradas que me dirigían. Me tomaban por loco.
Tal era la angustia y la intranquilidad, que empezó a parecerme que
los ruidos agudos eran más fuertes que los graves, que el color rojo
comenzaba a elevarse
sobre los demás colores y a brillar mucho más que ellos... Era la
señal de las risas contra mí y de las heridas que ansiaban
proferirme, respectivamente. Todos querían hacerme daño, encerrarme
en un manicomio, para desquitarse de mí. Me envidiaban. Envidiaban
mi sensibilidad, mi inteligencia y mi belleza. Tanto era así, que,
años después, cuando no había aparecido señal nueva alguna de
locura, puesto que no había locura, no dudaron en empezar a seguirme
por la calle, a vigilarme mientras dormía – y por eso yo escondía
un cuchillo bajo la almohada y me tendía aferrado a él, y por eso
sobreviví – y a extender rumores sobre mi purísima persona, de
tal modo que no podía poner yo pie en un parque sin que todos los
que allí vagasen se volvieran y, con infinito desprecio, murmuraran.
Solo
podía soportar mi existencia en tal situación, como ustedes mismos
comprenderán, con mi única presencia como compañía, y por ello,
comencé a hablar conmigo mismo, al principio en voz alta, más
tarde, solo en mi mente, temeroso de que alguien pegara el oído a la
puerta y espiara. Pero pronto me cansé de hablar yo solo, así soy
de exigente y perfeccionista, y decidí hablar conmigo mismo varias
veces al mismo tiempo. Mi preferido era el diálogo de voces entre la
mujer y el hombre de tono agudo, porque siempre discutían entre
ellas, y yo las escuchaba y me reía en silencio, pensando en lo
necias que eran las voces de mi cabeza. A veces no callaban ni para
dejarme dormir, porque habían dejado algún asunto a medio terminar,
y yo esperaba pacientemente...
- El gato muere, el gato muere de peste, el gato, pintar al óleo...
- Tienes que gritar, grita, sombra, esquina...
El
imbécil de mi padre no quiso volver a meterme en colegio alguno, y
muchos fueron los días en que no era de mi menester otro asunto que
las necesidades naturales del hombre, si bien yo hallaba muchas
razones para mi divertimento. Sucediéronse más visitas de aquellos
profesionales con bata, ya que ante la ausencia de mal en mis sesos,
mayor eran los esfuerzos que se hacían para encontrarlo. Porque,
claro está, lo que no es, no puede buscarse. Pero esta norma básica
no la alcanzaban las aptitudes de mi padre, y así pasaba yo la
rutina. Numerosas tardes fueron en las que mi única actividad era
sentarme y mirar a la pared. Como con las voces, pronto mi
inteligente mente comenzó a crearme compañía, y así se me
aparecían viandantes, recreaciones de gente que había visto yo
vagar cuando aún me estar permitido salir a la calle. Claro, que yo
soy educado, y no podía evitar levantarme y ofrecerles otra silla
gentilmente, y atender a su conversación y responder, y contarles
mis asuntos. Ante esto, mi padre volvió a alarmarse, claro que no
comprendía que yo era consciente de que todo aquello era pura
fantasía...
Lo
que no se trataba de pura fantasía fueron los intentos de agredir a
mi persona. Si bien por aquel entonces seguía durmiendo aferrado a
mi daga, como si con ella aferrara la escasa seguridad que aún me
aguardaba en aquella prisión, esto dejó de bastar, ya que muchas
veces mi padre contrató, pagando con sucio dinero, a asesinos que se
encargaran de lidiar de una vez por todas con el estorbo que era yo,
y puesto que era imposible relacionar desvarío alguno con mi
brillante pensamiento, una excusa para enviarme lejos, decidieron
enviarme nada más y nada menos que al otro mundo. Ante esto, yo no
me dejé engañar, y una a una fui esquivando las mentiras que
atentaban contra mi existencia. Y es que los veía escondidos detrás
de las cortinas, descalzos, seguramente para no emitir sonido que mis
sentidos fueran capaces de captar, con la sangre reseca entre sus
dedos apretados, prueba de otros homicidios, y yo seguía sus pasos
con la mirada atenta y las pupilas fijas en sus ennegrecidas uñas,
sin perderlos un segundo de vista, hasta que el sol caía y yo me
retiraba a mi cuarto y a mi daga.
Llegó
el día en que por última vez recibí las visitas. Aconteció que en
esta ocasión el hombre con bata portaba un maletín de cuero, y
venía con un acompañante, y entre ambos y sin misericordia humana
alguna, trataron de embutirme una de esas pesadas camisas blancas
llenas de correas y de nudos. Como ustedes comprenderán, alarmado
por la situación, que se me antojaba peor que el que me enterraran
vivo, o me quemaran, o me metieran en un agujero lleno de hormigas
carnívoras, lloriqueé, pataleé, chillé, y finalmente golpeé a
uno de los hombres, que cayó al suelo con la nariz donde solo
debería hallarse la frente. Presuroso, su acompañante corrió en su
socorro, y yo aproveché y escapé.
Y
aquí me hallo, señores, ya es medianoche, y sigo corriendo. Las
calles se me alargan en líneas infinitas, equidistantes, las casas
se me deforman, y de cada una de sus ventanas, emanan negros
tentáculos. Si alguien se cruzó conmigo, no tuvo el coraje de
detenerme. Pero soy consciente de que me vigilan, de que detrás de
cada esquina, me esperan. Me lo advierten las voces de mi cabeza, que
ahora también me insultan, porque correr es de cobardes. Espero que
comprendan el por qué de mi cordura. Soy víctima de una
conspiración contra mi persona. Y por mucho que corra, ya no me
queda escapatoria.
Aitor Santiago: -Las cosquillas del diablo.
Por aquel tiempo yo estaba casi terminando
el curso y me faltaban dos años para que yo me fuera a la Universidad. Como
he dicho antes, cuando terminaba el colegio, me iba corriendo a ayudar a mi
padre que tenía la cija en la otra
punta del pueblo, donde teníamos la
casa. Por aquel entonces lo que más me llamaba la atención, era la casa de la
que llamaban la bruja, era una de
esas mujeres que no tenían marido, que vivía marginada del resto de las gentes
del pueblo y se la reconocía como tal y nuestra casa, para colmo, era la más
cercana a la suya, su casa era pequeña, heredada de su padre, de quien se sabía
menos que de ella, más rural de lo normal, las paredes hechas con grandes
piedras y el tejado hecho con paja. Mi hermano decía que era bruja y mi padre
siempre le echaba la bronca para que no me metiera miedo, aunque más tarde supe
que mi padre también la tomaba por una bruja y mi hermano me contó que tenía
una risa singular y que cuando reía por la noche es que el diablo la hacía
cosquillas. Hasta que un día, y esto lo
oí de los mayores, la hija del alcalde, que le gustaba estar en el pajar con
muchos de los amigos de mi hermano, incluso con mi hermano, algo que no
entendía, porque, ¿de qué iban a hablar, si ella nunca trabaja en el campo ni
con los animales?, frecuentaba mucho a
la bruja, porque decía que tenía problemas para dormir.
El caso es que Ramón, uno de los
mejores amigos de mi hermano, no había ido nunca a hablar con la hija del
alcalde al pajar, esto se lo oí a mi hermano y a Ramón desde la ventana
de mi habitación en el “sobrao”, porque siempre se quedaban un buen rato hablando por la noche, hasta que yo me dormía, y lo que escuché antes de dormirme fue que por lo visto, Ramón había hecho un buen negocio con unas tierras heredadas de un tío suyo, y me enteré de que parte de ese dinero, lo iba a gastar en regalarle algo a María, que así se llamaba la chica, y ahí es cuando me dormí.
de mi habitación en el “sobrao”, porque siempre se quedaban un buen rato hablando por la noche, hasta que yo me dormía, y lo que escuché antes de dormirme fue que por lo visto, Ramón había hecho un buen negocio con unas tierras heredadas de un tío suyo, y me enteré de que parte de ese dinero, lo iba a gastar en regalarle algo a María, que así se llamaba la chica, y ahí es cuando me dormí.
Ramón vino al día siguiente con
aspecto desanimado, pensé, que era que
no le habían dejado comer postre, estuvo mucho tiempo hablando con mi hermano y
lo único que pude sacar en claro antes de dormirme fue:
-¡Hablaré
con la bruja!
Y como no pude escuchar nada más me
dormí intrigado por lo que querría Ramón de la bruja.
Al día siguiente me dispuse a dejar a
un lado a mi padre con la excusa de que estaba malo, y mientras mi padre se
tiraba todo el día en cija y mi madre entre cocinar e ir a casa del ``rico´´,
no tenían tiempo de verme, aunque estuviera malo, cosa que ya había
experimentado y estaba seguro de que
esta vez iba a ser así también, así que salí de la cama me puse la ropa del día
anterior y saltando el pequeño muro del
patio, me dirigí a casa de la bruja, pero escondiéndome entre la poca maleza
que había, estuve esperando una hora y
media hasta que apareció Ramón y cuando entró en la arcaica casa de la bruja,
me dispuse a mirar por la ventana ya que no tenía cristales, y vi como la
bruja, le daba algo a Ramón, y éste le daba un collar de oro.
Al día siguiente en el rutinario
encuentro nocturno entre Ramón y mi hermano, estos parecían que festejaban algo
y lo que oí de mi hermano fue:
-¡Vaya
con la bruja!
Intenté
tirar un día más de la excusa de estar malo y pese a que mi padre no
estaba muy convencido, me dejó quedarme también y volví otra vez a casa de la
bruja y miré por la ventana, justo cuando Ramón entró, pero esa vez presencié
una discusión:
-¡Bruja!
¿Tienes eso?- dijo Ramón valerosamente
-¿Tienes
tú, lo mío?- dijo la bruja con una sonrisa
-El
collar que te di ayer, me vale para dos meses,
era de mi abuela y se lo he quitado a mi madre para tí.
-Jijijijiiji,
desearás no haber dicho eso- dijo la bruja señalando con un huesudo dedo al
huésped con aspecto de mofa.
De repente
me estremecí al oír esa risa de
la que mi hermano me habló.
-Si
no tienes eso dentro de los próximos dos días, te quemaré viva- y con estas
palabras Ramón salió de casa de la bruja.
Pasaron las semanas y como no hubo ningún fuego, deduje que la bruja
había hecho ese recado al amigo de mi hermano, hasta que un día, en los
encuentros que tenían mi hermano y su amigo, ví cómo Ramón venía muy angustiado
a hablar con mi hermano. En ese momento me atreví a quedarme y hasta a asomarme
y escuché:
-¡Joder!
Me lo dijo ayer y no me lo creí, su padre y mi padre ya están planeando la
boda, pero tú no digas nada, de momento nadie lo sabe, salvo tú y las dos
familias- dijo Ramón
-¿Y,
cómo ha podido ser? Yo siempre que estuve con ella, me decía que le pedía unas
hierbas a la bruja.
-Ya,
si las pidió, seguro que esa vieja se las ha cambiado por otras, por lo del
collar, ésta se va a enterar ¿te vienes?- dijo Ramón
Y haciendo mi hermano un ademan de adelante, corrieron a casa de la bruja,
yo me puse la ropa y fui a seguirles, vi
que irrumpieron de pronto en casa de la bruja, empujándola y quitándola el
collar de la abuela de Ramón y se dirigieron corriendo a la taberna donde
estaban todos los mozos y hombres del pueblo.
-¡Mirar!
¡Esa bruja fue la que robó a mi madre. La vimos cómo se lo ponía mientras
paseábamos por su casa y decidimos cogerlo! ¡Esto ya no es normal, nos engaña y
nos embruja! ¡Quemémosla!- dijo Ramón en tono furioso.
Y el alcalde dijo antes de que la gente
saliera:
-¡Digámoselo
a la Guardia Civil!
-La
guardia civil solo la metería presa unos días sin probar nada, ¡Muerto el perro
se acabo la rabia!- dijo Ramón enfurecido.
Y corriendo a casa de la bruja todos los
hombres del pueblo con garios, hoces, bastones y antorchas se dirigieron a casa
de la bruja, yo subí esta vez a un árbol para ver mejor lo sucedido, en casa de
la bruja la ataron al poste maestro que sujetaba la casa y cuando todos
salieron prendieron fuego a la casa. Los hombres del pueblo estaban callados,
atónitos y de repente se oyó esa risa que me puso los pelos de punta:
-¡No me olvidéis!- dijo la bruja entre las llamas quemándose como un cerdo en la
matanza.
-Los
paseos de la sombra.
Era verano, uno de esos días festivos en
los que no había labores que hacer, realmente
eran muy pocos y mi madre me
dejaba quedarme más tarde despierto en casa por la noche, jugando o leyendo
libros de la escuela, mientras mi hermano y padre se iban a la taberna a tomar
un vino y a hablar con los hombre para así mi padre aprovechar y cerrar unos negocios, quedándose siempre más tarde de lo normal y
al final tener que ir yo a buscarle porque me mandaba mi madre .
Un día mientras estaba mirando
embobado el cielo, mi madre me mando a buscar a mi padre y a mi hermano. Por el
camino me encontré a Rodolfo, un amigo de mi padre que le vendía pienso y paja
para sus animales, Rodolfo me saludó
levantando la cabeza. Cuando entraba en la taberna, mi padre estaba en
una mesa con mi hermano y otro hombre del pueblo , yo, suponiendo que estaba hablando de negocios,
me acerqué y de repente, se abrió la puerta de golpe, de par en par, chocando
contra la pared y entrando Rodolfo como un loco, jadeando y gritando:
-¡Mis
cabras! ¡Alguien las ha matado!
Todos los hombres de la taberna salieron
y fueron corriendo a la nave de Rodolfo
donde tenía su ganado durmiendo por la noche .Yo seguí a mi padre y me quedé en
todo momento cerca de él. Cuando llegamos a la nave y entramos, vimos como las ovejas y cabras de Rodolfo estaban
descuartizadas, con las tripas esparcidas por todo el corral.
-¿Y
cómo ha sido esto? ¿Viste a alguien antes o después de ver esto?- preguntó el alcalde.
-Lo
único que vi fue la sombra de una persona que se iba doblando la esquina, la seguí y justo cuando torció
la esquina, me fui corriendo a la taberna .- respondió Rodolfo angustiado
-¿Tienes
idea de quién ha podido ser?- preguntó otra vez el alcalde
Y desde el fondo de toda la muchedumbre:
-¡Esto
ha sido un animal, un lobo a lo mejor!- dijo Paco.
-¡Te
digo que no ha sido un animal, vi una sombra doblando la esquina!
Después de un rato y de que la gente se
fuera, se quedaron mi padre, el alcalde y Rodolfo. A mi hermano y a mí, mi padre nos mando que esperáramos fuera de
la nave, salimos y mi hermano corrió y se asomó a la nave donde habían quedado
los otros por una ventana que tenía,yo
busqué algo a lo que subirme, y vi que a los pies de una ventana había unos
paquetes de paja, me subí, me asomé y escuché lo que decían:
-Rodolfo
tranquilo, ya verás como todo se soluciona- dijo mi padre.
-Mañana
diré que venga una pareja de guardias civiles del cuartelillo del otro pueblo,
para que investiguen a ver qué ha podido
ocurrir- dijo el alcald,e intentando tranquilizar a Rodolfo.
-¿Investigar?
Este ha sido Florencio, que dice que le vendí una cabra que da poca leche,
cuando es mentira.
-¿Crees
que Florencio ha podido hacer todo esto, por una cabra que da poca leche?-preguntó
mi padre.
-El
Florencio tiene mucho orgullo ¿o no?- dijo Rodolfo enfurecido.
-Bueno,
de momento no hay pruebas contra Florencio, así que, mañana veremos lo que dice
la guardia civil.
Terminando así la conversación, se
despidieron y nos fuimos a casa. A la mañana siguiente fue la guardia civil y
mientras comíamos, mi padre nos contó todo lo ocurrido:
-Por
lo visto la guardia civil dice no ha podido ser ninguna persona, ya que lo
único que han hecho, ha sido descuartizar los cuerpos de los animales, dicen
que ha sido un lobo de la zona, que no habrá encontrado comida esa noche, pero
Rodolfo dice que vio la sombra de una persona. Esto es muy raro.
Por la noche, mi madre me mandó otra vez a buscar a mi padre y a mi hermano
en la taberna, en ella, sólo se hablaba
del caso de los animales de Rodolfo. Y repentinamente se volvió a abrir la
puerta de golpe como la noche anterior, pero esta vez se trataba de los animales de Venancio. Otra vez fuimos y
vimos el mismo cuadro que en la nave de Rodolfo, Venancio también decía que
había visto la sombra de una persona.
Al día siguiente, la guardia civil fue
otra vez y dijo lo mismo, que eso solo
podía haber sido obra de un animal. Mi padre y todo el pueblo se percataron de que allí pasaba algo, por lo que a la
noche siguiente, como el resto del pueblo, mi padre no fue a la taberna, sino
que se quedó haciendo guardia en la entrada de la cija por si esa noche la
tocaba la suya.
A la
mañana siguiente, se formo un gran revuelo porque esta vez les había
tocado a los animales de Alfonso y de su hijo. Se ve que Alfonso había hecho
una primera guardia y la segunda la hizo su hijo, éste se quedó dormido porque no se aguantaba y cuando se
despertó por el ruido de la puerta al cerrarse, vio la sombra de una persona
torciendo la esquina, el hijo la siguió y justo al cruzar la calle desapareció,
volvió corriendo a su nave y apareció la misma carnicería de los dos días
anteriores.
Aquella tarde se reunieron todos los
hombres del pueblo en la taberna, y yo escuchando escondido desde la
ventana oí que iban a patrullar por el
pueblo. Esa noche mi padre y mi hermano cogieron una hoz y un gario y se
reunieron en la taberna con todos los hombres, igual de armados que mi padre y
mi hermano. A mí, mi padre me dejó ir pero siempre que estuviera cerca y a la
vista de él y si no de la mi hermano.
Nos dividimos en dos grupos, unos
salieron por un lado y los otros por el contrario, caminando por las poco
luminosas calles del pueblo. De repente, el hombre que iba en vanguardia del
grupo, vio la sombra de una persona girando
una esquina, corriendo le seguimos
y justo estaba virando la otra
esquina, pero cada vez estaba más cerca.
En el momento que mi padre vio que
alcanzábamos a la sombra nos dijo a mi hermano y a mí que nos quedáramos un
poco rezagados del grupo. Voltearon la
esquina, borrachos de euforia y tensión, esta vez tenía toda la pinta de que
darían con la sombra, en cuanto torcieron la esquina, se oyeron gritos de pelea
y corriendo mi hermano y yo, fuimos a
ver qué era lo que pasaba y
distinguimos cómo los hombre del otro
grupo se peleaban con los hombres del nuestro, cuando se quisieron dar cuenta
había tres muertos y dos heridos:
-¿A
dónde ibais vosotros por ahí?- dijo el cabecilla del otro grupo.
Mi padre, que afortunadamente no le había
pasado nada dijo:
-Persiguiendo
a una sombra que nos parecía extraña. ¿Y vosotros?
-Lo
mismo, vimos una sombra que nos condujo hasta aquí y creyendo que erais
vosotros pues…
De repente se oyó una gran voz, como si
estuviera hablando por unos de esos altavoces de la capital.
-¡Os dije que no me olvidaríais!
Entonces, un frío intenso como el de una
mañana de invierno, me recorrió todo el cuerpo, y los pelos de mi piel se me pusieron como
escarpias por esa vieja risa, ya olvidada , pero que recordé de repente, y vi
como los hombres se miraron unos a otros asustados, con cara de que una
venganza les había atropellado.
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